Insumisión: Claves de una estrategia
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Reflexiones en el 25 aniversario del Juicio al primer Objetor de Conciencia Antimilitarista del Estado español
"Soy noviolento y considero que la historia tiene suficiente experiencia de las consecuencias desastrosas de la violencia como para que nos sintamos obligados a experimentar otras vías de cambio social. Ya es hora de que la opinión pública haga presión sobre lo gobiernos para que reduzcan lo más posible otros gastos, por ejemplo los militares; cuando tantos hogares viven sumergidos en la ignorancia, cuando aún quedan por construir tantas escuelas, hospitales, viviendas dignas de este nombre, todo derroche público y privado, todo gasto de ostentación nacional, toda carrera de armamentos es un escándalo intolerable. Teniendo nuestro país tantas necesidades, no puedo ocupar mi tiempo en preparar desfiles militares" (Pepe Beúnza, declaración interrumpida por el Tribunal Militar que le juzgó en la ciudad de Valencia, el 23 de abril de 1971).
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Año de celebraciones para el antimilitarismo
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aniversario de la fundación de la War Resister’s International (Internacional de Resistentes a la Guerra), a la cual nuestro movimiento está adscrito; 25 años del primer juicio militar a la objeción de conciencia con contenido explícitamente político, por métodos noviolentos, el juicio a Pepe Beúnza en Valencia, 7 de campaña de insumisión. Un año, también, de profundas reflexiones y probables transformaciones. Buen momento para hacer balance.Es manifiesto que tras estos años de insumisión, y bastantes más de antimilitarismo organizado, se han obtenido unos logros anteriormente inimaginables: la insumisión se ha convertido en una cuestión de Estado, poniendo en serio peligro el reclutamiento forzoso del Ejército y lastrando el proceso de implantación de la Prestación Sustitutoria del Servicio Militar; ha salido a la luz pública el debate sobre modelos de defensa, poniendo en cuestión la figura del ejército como elemento central del modelo de defensa militarista; han fracasado continuamente las medidas represivas adoptadas por el gobierno; miles y miles de personas, entidades y organismos oficiales y populares se han adherido y autoinculpado en solidaridad con los represaliados, convirtiéndose así la insumisión en referente para otras luchas sociales.
La proyección social y la aceptación de la insumisión se debe, en gran parte, al equilibrio mantenido entre sus fines y los medios utilizados. La práctica asamblearia que caracteriza al movimiento antimilitarista inspira, de la misma forma, la manera en que se establecen las relaciones con la sociedad a la que se dirige, buscando generar compromiso y debate más allá de la mera simpatía Es ahí donde radica el potencial transformador y revolucionario de esta apuesta. El asamblearismo supone, en buena lógica, la única forma de afrontar una tarea organizativa y de toma de decisiones acorde a un proyecto antimilitarista. Ello implica un proceso arduo pero enriquecedor, que parte de una reflexión previa, un análisis global en el que se enmarque la estrategia. Dentro de este proceso cobra gran relevancia el debate en la asamblea (entendida ésta en un sentido amplio), que será más profundo en función de la eficacia que tenga la puesta en común de la información, así como de los mecanismos que faciliten la participación. La información circula de forma transparente y horizontal entre las personas de la asamblea (no existiendo cargos especializados ni jerarquías de ningún tipo), siendo el último paso la toma de decisiones consensuada (pues han sido proscritas las votaciones) de forma acorde con una práctica real de democracia participativa (donde las personas no delegan en representantes su poder de decidir y de participar).
El colectivo, sujeto fundamental de esta transformación, no está constituido única y exclusivamente por los insumisos. El hecho de serlo no legitima una mayor capacidad decisoria, así como tampoco la condición de preso justifica derecho alguno para imponer pautas. El colectivo comprende a todas las personas que participan en esta lucha de transformación social dentro de una vía asamblearia.
El camino hacia una sociedad más justa y desmilitarizada pasa, ineludiblemente, por la incorporación de la misma en este proceso transformador, como auténtica protagonista del mismo. El movimiento antimilitarista no pretende erigirse en vanguardia ni portavoz de nadie. La militarización de la sociedad no se soluciona mediante la sustitución de poderes, sino organizando la convivencia sobre otros valores y formas. Sustituyendo las violencias estructurales (económica, política y cultural) así como las de respuesta. Organizando las relaciones sobre una distribución justa de la riqueza, el respeto de los derechos individuales y colectivos, así como a las identidades culturales diferenciadas, la participación social activa, la solidaridad, la relación armónica con el medio ambiente, etc. Cualquier forma de lucha, por justa que parezca y por justificada que esté, no conduce necesariamente a una sociedad así definida. De este modo, el modelo de organización social que consigamos será acorde a los métodos de transformación que hayamos establecido. La desobediencia civil lleva en sí misma el germen de la nueva sociedad. Ésta, como método de lucha y como filosofía de vida, no es compatible con formas de poder ni de actuaciones que repiten las pautas militaristas, a pesar de que manifiesten un acercamiento o un posicionamiento favorable a la insumisión. Es fácil apreciar militarismo en el poder enemigo y ser ciegos o sordos a la propia actuación autolegitimada. Nos estamos encontrando con grupos sociales (desde partidos políticos hasta movimientos populares) que se han aliado a la insumisión para poder seguir siendo lo que eran (con los mismos objetivos y métodos) pero pretendiendo conseguir más poder, el de la legitimación social. El poder de la desobediencia civil, un poder generador de dinamismo social, dirigido hacia unas relaciones desmilitarizadas con métodos de noviolencia, está pasando en parte a manos de quienes pueden no cuestionarse sus propios fines ni sus métodos militaristas.
Así, nos encontramos demasiadas veces ante iniciativas que salen a la calle pidiendo la libertad de los insumisos presos, al tiempo que solicitan la despenalización de la insumisión (sólo para evitar la cárcel) y votan a favor de una represión más encubierta a través del Nuevo Código Penal; se habla de opción por la desmilitarización social y al mismo tiempo se aboga por un ejército profesional o por la validez de métodos de lucha militaristas; se habla de estancamiento e ineficacia de los actuales planteamientos de lucha; se pone en cuestión el papel de la cárcel como instrumento válido dentro de la estrategia por la desobediencia civil; se acusa de judicializar la insumisión mediante la estrategia que se está llevando a cabo; se cuestiona la veracidad de la implicación social lograda; etc.
Con estos párrafos queremos expresar, en resumen, que a nuestro juicio no se ha llegado a esta situación por casualidad, ni por empecinamiento obcecado, ni por una lucha visceral, ni exclusivamente por antecedentes históricos. Durante estos años de claro avance, también muchos lastres o inercias se han acumulado. En un momento de cambio como es el actual, no se llegará a más si no se saben utilizar idóneamente los instrumentos de la desobediencia, si los medios no son coherentes con los fines desmilitarizadores y si los esfuerzos no se dirigen al potencial transformador de la desobediencia civil. Por tanto, sería erróneo otorgar el carácter antimilitarista a cualquier manifestación o posicionamiento que utilizando una terminología vacía de contenido se presente en escena. Lo que muchos califican de forma tendenciosa como "el problema de la insumisión", que para nosotras y nosotros no es sino el avance real de la lucha antimilitarista, no se "soluciona" con medidas de orden público (represión más o menos encubierta, o despenalización total), ni con más o menos mili (la desaparición del Servicio Militar Obligatorio es inminente), ni lavando la cara al ejército (la transformación estructural del modelo militarista de defensa en los países occidentales incluye la evolución a ejércitos estatales profesionales y la creación de fuerzas multinacionales salvaguarda del nuevo orden mundial neocolonialista). El antimilitarismo seguirá cuestionando el modelo militar de defensa en toda su amplitud: quién ha de ser el sujeto de la defensa, por qué medios hemos de defendernos de qué cosas. Es necesario insistir en que no existen esos enemigos exteriores que legitiman al modelo militarista. Pedimos que se restituya el consenso respecto a cuáles son los verdaderos enemigos de nuestras sociedades. Nos llaman utópicos, pero no esperaremos a que llegue por sí solo un futuro idílico donde las personas vivirán en armonía: las violencias estructurales, la injusta distribución de la riqueza y del poder, el sometimiento de los individuos y los pueblos_ esto es de lo que hay que defenderse. Las auténticas defensas sociales alternativas al modelo militar de defensa han de existir aquí y ahora: el verdadero sujeto de la defensa son todas las personas, los colectivos, los pueblos que luchan por medios coherentes para conseguir sociedades más justas.
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