Siete años de reflexión

 

Nota del autor:

Quería que el texto que sigue, (muy) ligeramente modificado para la publicación en estas columnas, sirviera de base en un debate interno del Colectivo de Solidaridad con la Rebelión Zapatista, preparatorio de cara a la reunión del 18 de mayo de 1996 en Barcelona, convocando a grupos y organizaciones interesados en debatir contra el Neoliberalismo y por la Humanidad, ya que los grupos de solidaridad con los zapatistas habíamos asumido la propuesta del EZLN al respecto. También era un intento de hacer cuajar una postura pública del Colectivo para la Primera Asamblea Preparatoria al Encuentro Intercontinental contra el Neoliberalismo y por la Humanidad, del 28 de mayo al 3 de junio de 1996 en Berlín.

El debate alrededor del texto no fue más allá de comentarios individuales, así que se queda como la expresión personal de un miembro de dicho Colectivo. Quisiera disculparme por mis dificultades para expresarme en un idioma que no es mío, pero creo que no digo nada nuevo. Sólo pretendo hacer constar sin concesiones «de dónde y de qué mundo hablo», pero quiero aprovechar la ocasión para comunicar al menos un comentario crítico que me pareció interesante. Varias personas comentaron que les parecía "muy negro", "le falta alegría" o "era un modo de expresarse de unos diez años antes, hoy inadecuado". Puede ser. Confieso que no hubiera escrito lo mismo de haberme planteado intentar expresar todo lo que pienso y de no haber sido para poder provocar el debate, pero tampoco he visto tantos cambios en estos diez años, sino que se consumían hasta la colilla los callejones sin salida y el sentimiento de impotencia. Dicho esto, la lucha emprendida por los zapatistas y el interés que motivó en todo el mundo, entre otras cosas, hacen pensar que asistimos al fin del desánimo para la lucha. Y todo eso a contracorriente de los «pensadores» modernos cuestionándose la necesidad de luchar.

 

Angel Caído

20 de julio de 1996

 

"(…) Cuentan los más antiguos abuelos que tuvieron por regalo la palabra y el silencio para darse a conocer y para tocar el corazón del otro. Hablando y escuchando aprenden a caminar los hombres y mujeres verdaderos. Es la palabra la forma de caminarse para adentro. Es la palabra el puente para cruzar al otro. Silencio es lo que ofrece el poderoso a nuestro dolor para hacernos pequeños. Callados como estamos muy solos nos quedamos. Hablando se alivia el dolor. Hablamos y nos acompañamos. El poderoso usa la palabra para imponer su imperio de silencio. Nosotros usamos la palabra para hacernos nuevos. El poderoso usa el silencio para esconder sus crímenes. Nosotros usamos el silencio para escucharnos, para tocarnos, para sabernos.

Esta es el arma, hermanos. Digamos queda la palabra. Hablemos la palabra. Gritemos la palabra. Levantemos la palabra y con ella rompamos el silencio de nuestras gentes. Matemos el silencio, vivamos la palabra. Dejemos solo al poderoso en lo que la mentira habla y calla. Juntémonos nosotros en la palabra y en el silencio que liberan (...)"

 

Extracto del Comunicado del CCRI-CG de l'EZLN 12 de octubre de 1995

 

El pensamiento y la actividad humana, que no se basan en la lógica del dinero y la producción, han desaparecido casi por completo, enterrados en la clandestinidad de vidas marginales o en relaciones cuya supervivencia está condenada.

Ahí donde el dinero no ha suplantado las relaciones sociales de forma tan clara como aquí, la gente lucha con lo que tiene: «elementos de sus costumbres, restos de antiguos lazos sociales, fragmentos de un pensamiento ajeno al dinero». Porque la dominación real se apoya en la disolución de las comunidades precapitalistas. Ella es esta disolución y recomposición del mundo donde las ciudades, las regiones, los pueblos, los antiguos lugares y el tiempo vivo son reemplazados progresivamente por sus simulacros.

Esta verdadera colonización de la actividad humana se basa en la aplicación de una antigua receta que supieron aprovechar con tanto éxito los sistemas de dominación en el pasado: dividir para reinar.

Sin embargo, nunca se había llegado a la situación actual donde la separación entre los individuos parece difícil de superar. Hoy en día, es toda la sociedad que está poblada de personas cuyas relaciones no existen fuera de las dictadas por la economía. Sin querer decir que «antes fue mejor», hoy, todavía, es peor y se puede llegar a pensar que vivimos, trabajamos, amamos, practicamos e incluso dormimos ya no en función de nuestros gustos sino en función de las órdenes del sistema, con cada vez menos posibilidad de escapar.

Uno de los terribles éxitos de este mundo es haber conseguido difundir la idea de que fuéramos nosotros los responsables de nuestra desgracia, idea que incluso las religiones monoteístas no supieron imponer. Así pues, organizando el silencio sobre las mil maneras que tiene la gente de intentar resistir y presentándolo cada vez más como locura transitoria o «terrorismo», sólo se habla de enfermedades (sobre todo mentales), naturaleza humana, irresponsabilidad y males naturales que los amos del mundo nos prometen curar, a condición que se les deje actuar con total impunidad.

Pero esta cura de desintoxicación que nos prometen se parece cada vez más —para tomar un ejemplo reciente conocido por todos— a Chernobyl: no quedará nadie para hablar de ello.

En fin, como si fuéramos nosotros los que un buen día decidimos consagrarnos, única y exclusivamente, a las relaciones mercantiles ("¿Cuánto me quieres?", "¿Qué gano yo con esto?"). Como si fuésemos nosotros quienes habríamos querido transformar nuestra existencia en este infame lodazal, este sinsentido donde cualquier cosa es igual a cualquier otra y, además, hoy nos dicen que tenemos que quererlo, como quien pone la otra mejilla.

 

"Nos han engañado. Todo este tiempo hemos vivido en una gigantesca mentira, hemos vivido en medio de una mierda a cuyo olor querían que nos acostumbráramos y que confundiéramos con un agradable perfume".

 

"A las bandas todas"

Mensaje del Subcomandante Marcos, 10 de julio de 1994

 

Sólo admitiendo la extensión de este desastre podemos empezar a reconquistarnos —en todos los sentidos de la palabra—, también a ponernos de acuerdo sobre los medios para cambiarlo todo.

En este sentido, es ejemplar el camino recorrido por los zapatistas de hoy para volver a tomar posesión de ellos mismos, para armarse con sus palabras y luchar. Hay que decir que a los indios y campesinos pobres, quienes mayoritariamente forman este movimiento, les queda todavía algo parecido a una comunidad viva, y no exclusivamente una comunidad en la negación de lo existente, como es el caso para muchos de nosotros.

Esta "mierda de indios", según los colonos y mestizos vendidos a otro mundo, "la sal de la tierra", para otros, se han rebelado contra su condición. Sólo por eso, se merecen nuestro apoyo, teniendo en cuenta sobre todo que lo han hecho de un modo tan admirable. Pero es más, porque su lucha nos puede aportar mucho, sin que se trate de «importarla» tal cual a nuestros países. La extraordinaria humanidad que demuestran a diario los zapatistas hace soñar. Sin odio —a pesar de que tengan todas las razones para odiar, por el trato que reciben—, pero con la certeza de sus razones, abrieron un espacio de diálogo y de acción que toma a contrapié al poder local en todo momento. En la situación en que estaban, era imposible rebelarse sin armas, pero no son armas las que más disparan ellos, son palabras. Palabras de rechazo, pero también palabras de otro mundo mejor y necesario, donde haya sitio para todos.

Su programa: "Se trata de decidirlo juntos, de que la sociedad sea un lugar donde se pueda debatir todo, sin excluir a nadie".

Su método: la consulta permanente, una nueva manera de hacer política.

Sus objetivos: democracia, libertad y justicia.

¡No!, no las que conocemos, que no son sino la institucionalización de la mentira y el desposeimiento permanentes. Por su actitud muestran con creces en que están pensando. Un poder, si es que tiene que haber uno, respetado pero sobre todo controlado por todos, por asambleas populares. Uno piensa en los consejos obreros, en las comunidades libres de la antigüedad, en el concepto de la autoridad mesoamericana (por supuesto), en el potlatch, en los mejores momentos de las revoluciones del pasado, traicionadas o vencidas todas.

Pero lo importante es que se trata de decidirlo juntos, sin modelos.

En un mundo totalmente dominado por la economía, que es ante todo un concepto del mundo y de la vida —ni que decir tiene que este concepto nos asquea—, es el conjunto de las actividades regidas por este concepto que hay que cambiar radicalmente. Cuando uno se lo piensa cinco minutos, se pregunta qué diablos merece la pena conservar en esta lamentable existencia que forzosamente nos hacen vivir (Y cuando decimos forzosamente, no estamos pensando sólo en la policía y el ejército, sino también en una enorme empresa cultural de lavado de cerebro que va desde la escuela hasta la obligación de ganarse la vida perdiéndola, pasando por el monopolio de la comunicación en manos de los medias y la publicidad, por el hecho de no poder elegir sino entre mal o peor, por la falsificación de los sentimientos, de los gustos, de los placeres e, incluso, la falsificación de los seres vivos, la falta total de respeto por la vida humana, la guerra de todos contra el fantasma de la pobreza material… ¡seguro que olvidamos algo!).

La crítica de la dominación actual —se llame capitalismo, neoliberalismo, «poder de la soberbia y del dinero», etc.— incluye forzosamente la crítica de las bases de la cual surge inexorablemente esta dominación: las condiciones modernas de vida.

Aquí también la propuesta zapatista de un Encuentro Mundial, no podría ser más oportuna; sabiendo además que esta propuesta no proviene de instituciones, de partidos, de aparatos sindicales o de estados, de los cuales sabemos con antelación lo que nos irían a decir: "Llama al técnico más cercano a tu domicilio". En lugar de analizar por enésima vez un mundo del cual todo o por lo menos lo esencial ya ha sido, es partiendo de ellos mismos que los zapatistas pegan donde más duele, abriendo un espacio de diálogo donde la comunicación auténtica ya no tenía derecho de ciudadanía.

Hace mucho tiempo que nadie había atacado de una forma tan contundente y completa a esta sociedad, verdadera farsa cuyos actores han perdido el guión. Así ocurrió, porque al contrario de lo que unos piensan (mitificando la «sabiduría india» o confiando en la verdad impuesta a golpe de metralleta), lo que es más interesante en la lucha emprendida por los zapatistas es que, para luchar, tuvieron que cambiar casi por completo sus costumbres; cambiaron la piel para criticar a la vez la tradición (preguntad a las mujeres mayas si les gustan las palizas) y la modernidad que se quiere imponer en todas partes.

 

Es cierto que «la palabra es el arma» del momento

La palabra que se abre camino para ser pronunciada, para ser escuchada, para que otras voces la retomen —o no—, para ser efectiva.

Es evidente que sólo admitiendo nuestra propia situación podremos unirnos en la lucha social para un cambio total de las condiciones de vida. Partiendo de nosotros, sin conformarnos con la mera descripción de nuestras particularidades, pero tampoco sin afirmar que fulano o citano poseen la piedra filosofal, sin hablar «en nombre del pueblo», del «proletariado», de la «madre Naturaleza», de la raza de mi padre…

 

La tierra es noble sólo cuando seres libres la pisan

¿Quién puede decir hoy en día que sabe a donde va? Sin embargo no es una razón para desesperar, sino para dejar de fundamentar su vida en la mera espera y actuar. Estamos invitados por los zapatistas a encontrarnos, a hablar de lo que pudre la existencia, a decir lo que opinamos de ello y a plantearnos juntos los medios para remediarlo.

Es un primer paso.

Un segundo, por lo menos tan importante, es ir a Chiapas para llevar nuestras reflexiones y nuestros deseos. Por respeto a nuestros anfitriones y porque nos los piden amablemente.

Allá, como en otros sitios (como aquí), se trata de encontrar cómplices para un nuevo golpe de mundo.

 

Ángel Caído